lunes, 23 de agosto de 2010

Mi Espejo y la polémica Ebrard/Sandoval Íñiguez


Con mis buenas amigas Lorena Sanmillán y Elia Martínez-Rodarte durante
la presentación de Espejo de tres cuerpos el sábado pasado
en el Gargantúas de Monterrey



Elia Martínez-Rodarte, amiga, escritora y periodista saltillense que me hizo el honor de presentar el sábado pasado mi novela en Monterrey junto a Lorena Sanmillán, ha escrito en Libro de Notas (Diario de los mejores contenidos de La red en español) el texto que a continuación les comparto (y que también pueden leer directamente en su sección Porque me quité del vicio), en el cual vincula mi Espejo de tres cuerpos con la enconada polémica que protagonizan por estos días el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, y el cardenal Juan Sandoval Íñiguez a propósito de la ley que permite en la Ciudad de México el matrimonio y la adopción a personas del mismo sexo.



Espejo de tres cuerpos

por Elia Martínez-Rodarte


Marcelo Ebrard, jefe del gobierno de la ciudad de México y el arzobispo Juan Sandoval Íniguez, connotado jerarca católico en este país, se la están jugando buena.
Uno porque defiende sus iniciativas y la separación de iglesia y estado, y el otro porque las quiere tumbar: le incomoda la idea de que dos personas del mismo sexo se casen y adopten criaturas.
La pelea, además, es por una difamación. Sandoval Íñiguez acusa de cohecho a Ebrard y éste justamente se defiende.
Aunque apoyo, sustento y admiro el hecho de que en la ciudad de México, mi amado D.F., ya se estén llevando a cabo los matrimonios entre personas del mismo sexo, respeto el derecho del arzobispo a oponerse a ellos. Aunque su estrategia de asegurar con una dicencia, presuntamente falsa, que el gobierno de la capital fue “maiceado” (ash…demasiado vocablo de rancho que implica que el regente de la ciudad de México ha sido corrupto para plantear una ley que autorice las alianzas matrimoniales entre personas de la misma preferencia sexual) me parece nefasta. Sin embargo, las armas, sucias o justas, siempre se enarbolan en la guerra.
Cuando una está tan convencida de que algo es bueno, como creo que son los matrimonios entre personas del mismo sexo y la adopción de criaturas por parte de éstos, a veces es un tanto difícil entender el punto de vista, como en este caso, de los opositores como los ministros de la iglesia católica y similares.
Además a mí no me ha tocado vivir ningún tipo de discriminación y mi condición de madre soltera heterosexual me ha permitido capotear con cierta libertad cualquier comentario discriminatorio. Ello pese al afán de cierto sector de la población de colgarse de lo que catalogan como normal. Que todavía no sé qué diantres sea…
Acabo de leer una novela, que les recomiendo, cuyo nombre es Espejo de tres cuerpos, de la escritora cubano-mexicana Odette Alonso. Las personajas principales son lesbianas. La trama es harto dramática, intensa y sobre todo, cuenta una historia de amor que es estrujante. Cuando menos lo esperamos, nos encontramos en la liana de emociones tremendas, triángulos amorosos, líos de faldas a niveles hardcore y una telenovelota inmensa de proporciones épicas.
Pero una de las subtramas que mucho me conmueve, es la visión de la escritora para mostrarnos ese mundo que es difícil comprender como lo es el de la discriminación a las personas de la comunidad lésbica. Tener que vivir bajo una apariencia de buga, heterosexual es un trabajo de tiempo completo para quienes no se animan a salirse del clóset. Existir en una sociedad capoteando las malas caras y la sectarización por ser mujer que gusta de mujeres y se exhibe, es otra jornada y es cansado, a veces triste. Asumir la preferencia y orientación sexual en la cancha abierta de la convivencia humana siempre va a ser un acto que tendrá consecuencias.
La razón de ello es porque, como en la novela se expone, las lesbianas por ejemplo, ponen a consideración sus actos y su ser sexual en el aparador, en donde muchas personas las van a juzgar, incluso a erradicar de ciertos círculos.
Una de las protagonistas, Ángeles, está a punto de ser despedida de su trabajo por una relación que mantiene con otra compañera. Berenice, más liberal y “asumida” se la vive en la mira de los demás porque es reprobable que sus sentimientos y emociones sean “tan” públicos. Nunca terminan por complacer a nadie. Esto a muchas chicas de orientación lésbica les viene valiendo…A otras todavía les duele y les lesiona ser señaladas.
A vista amplia, la cuita que se traen el arzobispo y el jefe de gobierno del D.F. guarda muchísima relación con lo que les cuento de la novela de Odette: Íñiguez representa a esa parte de la sociedad que prefiere no integrar a las personas de la comunidad lésbico gay bisexual transexual e intersexual y que les orilla a éstos al estigma. Ebrard al final de cuentas, defiende el derecho a la diversidad.

domingo, 1 de agosto de 2010

Amanda Castro, alada de violines y sonidos profundos





“¿‘Tons qué?”, me preguntó Amanda aquella tarde del domingo 17 de mayo de 2009 en la salita de su casa mientras nos tomábamos un glorioso gífiti, “¿vas a hacerme el prólogo del libro?” Me había mandado Desnuda y sin tregua unos meses antes. Seleccioné algunos de sus poemas para integrar varias muestras líricas de tono lésbico publicadas recientemente en revistas literarias y páginas de internet, pero el tiempo pareció ganarnos la partida durante un año en que la Historia trastocó toda noción.
Sin embargo, cuando volví a asomarme a las páginas de Desnuda y sin tregua, Amanda estaba ahí, entre un verso y el otro, al final de cada estrofa y al inicio de la siguiente. Entonces retomamos nuestro diálogo ininterrumpido en esta tierra sin tiempo que es la Poesía. Entonces, nos reencontramos ambas ante el desafiante juego de un futuro incierto ―“como todo futuro que se respete”, diría Laura Restrepo― o, más bien, tremendamente cierto y apremiante: un futuro que se sentaba con ella a descontar horas y sonrisas, a desechar promesas, a detallar instrucciones: “lo que quiero/ se haga con mis cenizas” o “el calor de tus dedos/ cerrando mis ojos” después de “este golpe/ seco y preciso/ que será mi muerte”.
Desnuda y sin tregua, Amanda le canta en estos poemas a la mujer, amante y patria. Tal vez sería más apropiado decir matria. En cualquier caso, una mujer sudor y palpitar como fue ella, “bestia en celo/ ansiosa y desatada”. Soledad y memoria se entretejen para reinventar esa mujer tantra, repetida en imágenes y deseos en los que, como versa Amanda, “lamo/ uno por uno los poros de tu espalda/ y el anverso/ estremecida”.
Estremecida, deambula la poeta entre “las complicaciones del amor” y “la sencillez del deseo”, esa materia siempre incomprendida, hecha de anhelos y añoranzas, de sentencias improrrogables, de tierna o cruel inmediatez. Un deseo primitivo, instintivo, de poseer, de eternizar, de encontrarse en otro cuerpo como un espejo complementario, como un fuego simple y al mismo tiempo huidizo, delirante. Y en él, ardiendo sin remedio, la piel, el cuerpo todo, el alma de la amada y la propia existencia, a la vez poética y humana.
Así nos cuenta los pormenores de un amor diferente y similar, con ancestral sabiduría y con ingenuidad y entusiasmo de púber. Con sed, con hambre, con ansiosa prisa y lentamente. Todos los amores en uno ―unido y único― como es el Amor que Amanda escribió con mayúscula en su piel, en el papel, en el aire de esos “locos pulmones” maltrechos. Son testigos estos versos de su búsqueda incansable del amor, de la entrega también incansable a esa pasión sin nombre o más bien, mejor dicho, con todos los nombres posibles.
La casa, la cama, el alma son una triada de consonancias y equilibrio que de un solo soplo puede venirse abajo. Buen pretexto, entonces, para volver a levantar, a edificar el mundo, misión que una vez y otra vez, con empeño de Sísifo, Amanda abrazó como a otra amante exigente y sublime. La vida es justamente eso: morir mil veces para existir en el otro, en la otra, en el cuerpo amado que nos espera y se entrega. Hija, madre, hermana, amante, compañera y también enemiga, miel y acíbar, río común y fuerza doble.
Hace unos días otra gran poeta, la cubana Elena Tamargo, me dijo que sólo hay un dolor comparable al dolor del cuerpo enfermo: dejar de sentir amor. Amanda concibió el amor como sanación para su cuerpo y lo disfrutó con la intensidad de quien tiene “la vida entera en un segundo”. Eso es Desnuda y sin tregua, un diario del amor hecho vida, de la vida vista a través del prisma amoroso.
Amanda querida, éste es el texto que me pediste para este libro que es, usando tus propias palabras, “mucho más que un simple acorde sostenido”. Y sé que no es tarde, que nunca lo será tratándose de ti, de mí, de las amigas que nos acompañan. Ya nos veremos, hermana; ya cantaremos desnudas y sin tregua otras miles de veces por la vida de las vidas que nos quedan.