martes, 4 de noviembre de 2008

Sor Juana, la peor de todas

Cartel de la exhibición en inglés de
Yo, la peor de todas

En San Miguel Nepantla, un pueblito asentado a los pies de los volcanes, en las inmediaciones de la barroca capital de la Nueva España, nació el 12 de noviembre de 1648, según algunos, o de 1651, según otros, una niña a la que pusieron por nombre Juana. La De Asbaje y Ramírez de Santillana no era una niña “normal”: muy pequeña, aprendió a leer a escondidas de su madre y en 1659, a los ocho o diez años, ganó un premio por una loa al Santísimo Sacramento.
Mucho tiempo después escribiría en su Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz: “desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que he tenido muchas—, ni propias reflejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”.
En 1660 es enviada a casa de su tío Juan de Mata en la ciudad de México, donde en 1964 es recibida en el Palacio de los Virreyes, sitio que frecuentará en lo adelante, al convertirse en dama de honor de Leonor Carreto, marquesa de Mancera, y favorita de las siguientes virreinas, especialmente de la condesa de Paredes, a quien dedicará encendidos versos. Quienes vimos Yo, la peor de todas (1990) de María Luisa Bemberg —basada en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe de Paz—, seguro recordamos especialmente aquellos encuentros vespertinos con la virreina a quien, como buena ricachona poderosa, en su afán de halago y reverencia, le encantaba la calentadera.
Las imágenes de la Bemberg en aquella película que vi en el cine Yara de La Habana, en un Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, se mezclan ahora con el escenario real: ese imponente convento de San Jerónimo que hoy acoge a la Universidad del Claustro de Sor Juana. En el patio rodeado de galerías, retumban las voces del acto en el cual, en 1669, profesó con el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz. Allí tendría una celda de dos pisos que fue su refugio de creación y en punto de reunión de poetas y escritores novohispanos, como su amigo Carlos de Sigüenza y Góngora. Ahí la imagino, gracias a la Bemberg y a la pintura colonial mexicana, puliendo sus versos, debatiendo de filosofía, haciendo experimentos científicos, fantaseando —¿o realizando?— sus romances.
Cultivó todos los géneros literarios, sacros y paganos. Desde la lírica y el teatro hasta la epístola. Inmersa del espíritu barroco, hermanada con Góngora, Calderón y Gracián, es la máxima figura de las letras latinoamericanas del siglo XVII. En 1680 dirige el Arco Triunfal con que se recibe en la Catedral Metropolitana a los virreyes de Paredes; en 1689 se publica en Madrid el primer tomo de sus obras, Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, sor Juana Inés de la Cruz, que es reeditado un año después; en 1692 ve la luz el Segundo volumen de las obras de sor Juana Inés de la Cruz.
Pero la fama de la jerónima, sus “irreverencias” e “impropiedades”, causabas demasiados escozores. A su confesor, Antonio Núñez de Miranda, le disgustaban sus actividades intelectuales, atípicas en las mujeres de su época, y varias veces la instó a renunciar a ellas. Después, se vio involucrada en la disputa teológica con el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, que diera lugar a su famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Fruto de esa envidia y ese celo, mientras en Europa eran reeditadas sus obras y devoradas como pan caliente, fue obligada a despojarse de su biblioteca y de su colección de instrumentos musicales y científicos, y a renunciar a la literatura. Así la sorprendió la muerte en la madrugada del 17 de abril de 1695. Cinco años después se publicó en España el tercer tomo de su obra, Fama y obras póstumas del Fénix de México.
A pesar de su diatriba a Sor Filotea y de “Hombres necios que acusáis/ a la mujer…”, que tanto nos sirven hoy como banderas, no había en aquellos ya lejanísimos ayeres conciencia feminista y mucho menos lésbica. En los textos que van a leer a continuación, de sus Sonetos de amor y de discreción, sólo está el puro fluir del sentimiento y del impulso creativo que, atrevida como era, tantos desaguisados le provocaron a la Madre Juana, “la peor de todas”.




En que satisface un recelo con la retórica del llanto.

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.



Que explica la más sublime calidad del amor.

Yo adoro a Lysi, pero no pretendo
que Lysi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y aprehensión ofrendo.
No emprender, solamente, es lo que emprendo:
pues sé que a merecer tanta grandeza
ningún mérito baste, y es simpleza
obrar contra lo mismo que yo entiendo.
Como cosa concibo tan sagrada
su beldad, que no quiere mi osadía
a la esperanza dar ni aun leve entrada:
pues cediendo a la suya mi alegría,
por no llegarla a ver mal empleada,
aun pienso que sintiera verla mía.


De una reflexión cuerda con que mitiga el dolor de una pasión.

Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba;
y por ver si la muerte se llegaba,
procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro,
rendido el corazón daba penoso
señas de dar el último suspiro,
no sé con qué destino prodigioso
volví en mi acuerdo y dije: —¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?


Que contiene una fantasía contenta con amor decente.

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra pasión mi fantasía.


Discurre inevitable el llanto a vista de quien ama.

Mandas, Anarda, que sin llanto asista
a ver tus ojos; de lo cual sospecho
que el ignorar la causa, es quien te ha hecho
querer que emprenda yo tanta conquista.
Amor, señora, sin que me resista,
que tiene en fuego el corazón deshecho,
como hace hervir la sangre allá en el pecho,
vaporiza en amores por la vista.
Buscan luego mis ojos tu presencia
que centro juzgan de su dulce encanto;
y cuando mi atención te reverencia,
los visuales rayos, entretanto,
como hallan en tu nieve resistencia,
lo que salió vapor, se vuelve llanto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Heme aquí que vengo a infiltrarme donde no me han llamado…

ángel dijo...

Sor Juana, ninguna como ella.
Un gusto descubrir tu espacio.


Saludos...