lunes, 27 de octubre de 2008

Renée Vivien, una Safo en París

Renée Vivien, de pie, junto a Natalie Clifford Barney




El 11 de junio de 1877 nació en Inglaterra esa muchachita flacucha a la que pusieron por nombre Pauline Mary Tarn y que dos décadas después, respaldada por una cuantiosa herencia, se instala en París y asume el seudónimo literario que la hará trascendente: Renée Vivien.
Entre viajes a tierras exóticas y romances deambula por esa época legendaria que fueron los primeros años del siglo pasado en la capital francesa. Allí conoció a la famosa Natalie Clifford Barney, a quien llamaban La Amazona, personaje emblemático de lo que hoy podríamos llamar la bohemia lésbica, cabecilla del grupo que pretendió emular a la Casa de las Servidoras de las Musas de Safo. Después de haber idealizado una pasión platónica con su amiga de la infancia y vecina Violet Shillito, fue con Natalie con quien Renée conoce el amor carnal y con quien mantuvo una apasionada relación intermitente.
En tanto, sostiene también un romance epistolar con Kérimé Turkan-Pacha, esposa de un diplomático de Constantinopla. Sin embargo, la estabilidad emocional se la daría la baronesa Hélène de Zuylen quien, a pesar de estar casada y tener dos hijos, permaneció a su lado —con alguna traicioncilla de por medio— hasta el final de su corta vida y colaboró con ella en varias de sus obras, publicadas —se presume— con el seudónimo de Paule Riversdale.
Deudora de Baudelaire y de Verlaine, entre sus obras más significativas se encuentran Études et préludes (1901), Cendres et poussières (1902), La Vénus des aveugles (1903), À l’heure des mains jointes (1906), Flambeaux éteints (1907), Sillages (1908), Dans un coin de violettes (1909), Haillons (1910). Cultivó varios géneros: novela, relato, prosa poética, teatro y narrativa. Incluso escribió una biografía de Ana Bolena. También hizo en 1903 adaptaciones de la poesía de Safo que se regodean y enfatizan la carga de erotismo lésbico del original griego.
Luis Antonio de Villena la ha considerado “una Safo en el París de 1900”. De ella dice: “Vivien, con las espléndidas herramientas de la poesía simbolista finisecular, construye un mundo lírico decadente y hedonista. Lleva a sus más radicales consecuencias algunos de los registros de la fatalidad nihilista y de la perversidad voluptuosa tan en boga en el arte de 1900”.
Se le conocía como la Musa de las Violetas, por su obsesión con esas flores pero, al parecer también, por su otra obsesión: Violet Shillito, su amor irrealizado. Agobiada por las enfermedades y las deudas, la inestabilidad sentimental, el uso y abuso de drogas y alcohol, intentó suicidarse en Londres, en 1908, tomando láudano. Quienes evitaron su muerte, encontraron sobre su pecho un ramo de violetas.
Su salud se deterioró hasta tal grado, que a los 30 años caminaba ayudada por un bastón. Murió en París la mañana del 10 de noviembre de 1909, a los 32 años, aquejada de anorexia. Fue enterrada en el cementerio de Passy.





LUCIDEZ

El arte delicado del vicio ocupa tus recreos,
Y tú sabes despertar el calor de los deseos
A los cuales tu cuerpo pérfido se arrebata.
El olor del lecho se mezcla con los perfumes de tu ropa.
Tu rubio encanto se asemeja a la insipidez de la miel.
No amas más que lo falso y lo artificial,
La música de las palabras y de los débiles murmullos.
Tus besos se desvían y se insinúan sobre los labios.
Tus ojos son inviernos pálidamente estrellados.
Los lutos siguen tus pasos en tétricos desfiles.
Tu gesto es un reflejo, tu palabra es una sombra.
Tu cuerpo se aplaca bajo besos sin nombre,
Y tu alma está ajada y tu cuerpo usado.
Lánguido y lascivo, tu artero roce
Ignora la belleza leal del abrazo.
Mientes como se ama, y, bajo la dulzura fingida,
Se siente el arrastramiento del reptil atento,
En el fondo de la sombra, tal que un mar sin arrecife,
Los sarcófagos son aún menos impuros que tu cama...
¡Oh mujer!, yo lo sé, ¡pero tengo sed de tu boca!

Tomado de Mado Martínez (selecc. y trad.), Poemas de Renée Vivien,
Barcelona, UAB, Lectora, 2004.



NUESTRA ES LA NOCHE

Hora del despertar... Abre tus párpados.
A lo lejos afila sus luces la luciérnaga.
El asfódelo pálido emana puro amor.
La noche llega. Vamos, amiga extraña mía.
La luna reverdece el azul de los montes.
La noche es nuestra. El día, que sea de los otros.

Sólo escucho en la hondura de bosques taciturnos
el crujir de tu ropa, de las nocturnas alas.
El acónito en flor, de un blanco quejumbroso,
exhala sus perfumes, sus íntimos venenos...
Un árbol traspasado con un soplo de abismos
nos cerca con sus ramas, ganchudas como dedos.

El azul de la noche se expande y fluye. Ahora
es más ardiente el goce y es la angustia mejor.
El recuerdo es hermoso como un palacio en ruinas...
Fuegos fatuos, entonces, recorren nuestras vértebras,
pues resucita el alma de las tinieblas hondas.
Solamente la noche nos convierte en nosotras.



VICTORIA

Dame los besos tuyos amargos como lágrimas,
de noche, cuando aquietan los pájaros sus vuelos.
Poseen nuestras cópulas, largas y sin amor,
júbilo de rapiña, crueldad de violaciones.
Tus ojos reflejaron esplendor de tormenta...
¡Exhala tu desprecio hasta en tu propio espasmo,
querida mía, y ábreme con cólera tus labios!
Beberé lentamente las hieles y el veneno.
Tiemblo como un ladrón ante un botín insólito
en la noche de fiebre que apaga tu mirada...
¡El alma brusca y bárbara de los conquistadores
canta en mi propio triunfo!



LLÉVAME A TI, VENECIA

Sin amiga y sin libro, errante en las orillas
que mustia el sol y acaricia la luna,
Venecia, yo he de ser como una dogaresa
poseída por el sueño de tus canales lúgubres.
Tú, que sabes cuán fuertes pueden ser las tristezas
–porque su voluntad triunfa sobre el instinto
y poseen un rostro distinto que lastima–,
arrástrame, Venecia, a tu honda agua marchita.
Y cuenta a esos amantes vulgares del futuro
que ya les he juzgado y que yo los desprecio.
Oh tú, la solitaria, la altanera Venecia,
diles que nos burlamos de su humana alegría.
Desdeñémosles: son una turba insensata.
Ellos no saborean el exquisito tedio
de estar solos en medio de los hombres: a ellos
un desorden carnal les mató el pensamiento.
Diles, oh tú que flotas en las aguas
Fúnebre como yo, fría y oscura,
diles tú con mi voz de sombra y ya sin eco:
sólo es bella la muerte en tus hondos canales.

Tomados de Renée Vivien, Poemas (trad. y prólogo de Aurora Luque;
epílogo de Maria-Mercè Marçal), Tarragona, Igitur, 2007.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ciertamente, qué fotos! Me encantó el articulo, no conocia nada de la autora.
Abrazos,
Karin

Anónimo dijo...

Hola Odette, amiga, me han gustado mucho ambos textos: información y toma de posición arropadas con la dosis justa de humor: muy buena fórmula para sacar de juego a los que pudieran estar apostados en extremos puritanos o soeces. Claro pero medido, así, como tiene que ser para que calce en cualquier sitio. Te abrazo.
Jorge

Asrham Rayeuk dijo...

Maravilloso post. Ha sido extraordinario encontrarte y pues veo que hay mucho material que leer así que estaré pasándome seguido por aquí.

En verdad... todo un placer haberte encontrado.

Abrazos

Anónimo dijo...

La primera mención de esta autora la encontré en unas memorias de Colette y el personaje me fascinó.No la conocía de nada, anteriormente.

Maria dijo...

Odette, desconocía tu blog hasta ahora. Realmente, un artículo a la altura de las obras y la pasión que traspua la autora. Intentaré seguirte a menudo, me inquieta saber más de ésta misteriosa poetesa. Además, me es de ayuda por una recerca que estoy llevando a cabo. Un abrazo y gracias!