A Albertico Lauro, que me habló
del tema y me dio las coordenadas.
Ciento un años acaban de cumplirse del natalicio de la gran poeta Carmen Conde (Cartagena, 1907-Madrid, 1996) y en la España progresista y desinhibida de los últimos tiempos han salido a la luz pública los intríngulis de la vida amorosa de quien fuera, en 1978, la primera mujer electa como académica de número de la Real Academia Española. José Luis Ferris ha publicado en la editorial Temas de Hoy la biografía Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada, donde deja al descubierto, entre otras cosas, su pasión hacia Amanda Junquera, quien sería la amante y la musa de la poeta cartaginesa por más de cincuenta años.
Que no llevaba Carmen una vida secreta, afirma Ferris, pero que tampoco podía enarbolarla en la sociedad conservadora de principios del siglo pasado. Sin embargo, fue la primera mujer que en la España de la posguerra se atrevió a tratar el erotismo y la sensualidad de manera abierta. Hace unos días comentaba que era un ejercicio interesante atisbar, entre líneas, en la poesía de Gabriela Mistral las alusiones a sus posibles amores femeninos y asombra ver la claridad con la cual, no sin algunos artilugios, versa en ese género la Conde.
Dice, además, su biógrafo que a pesar de haberse casado en 1931 con el poeta Antonio Oliver Belmás, junto a quien fundó la Universidad Popular de Cartagena y su órgano, la revista Presencia, intercambiaba cartas y amoríos con la también poetisa española Ernestina de Champourcín, quien alguna vez le pidió que se fugaran juntas. Ernestina fue una de las tres únicas mujeres aceptadas por Gerardo Diego en la antología que sustentó y perpetuó a la Generación del 27. La editorial Castalia publicó, con edición de Rosa Fernández Urtasun, el Epistolario (1927-1995) entre ambas poetas que es, más que un compendio de confesiones íntimas, un invaluable fresco de la época y de la pléyade que rodeó a Juan Ramón Jiménez.
Cuentan que las amistades de Carmen, consideradas un poco libertinas para la época, sacaban de sus casillas al poeta Oliver. Una carta, todavía siendo novios, da cuenta de ello: “Estoy harto de tu amiga Ernestina, de Berta [la rapsoda ruso-argentina Berta Singerman], de J. R., de Miró, del Club […] Precisamente esta tarde me he enterado de los cafés que frecuentaba en Madrid Concha Méndez. Que no sepa yo que te vas con Maruja Mallo”.
Y como suelen ser las cosas de la vida cuando la fuerza del destino las alumbra, cuando Oliver marchó como voluntario al frente republicano, Carmen conoció a Amanda Junquera, esposa del catedrático de la Universidad de Murcia Cayetano Alcázar, y aunque nunca compartieron una “vida de pareja”, ya no se separarían hasta que la muerte se llevó a Amanda en 1986. En ese tiempo vieron la luz sus poemarios Ansia de la gracia (1945) y Mujer sin edén (1947).
Muy amiga fue también la Conde de la mismísima Gabriela Mistral, quien años antes leyera en exclusiva el manuscrito de su primer poemario, Brocal (1929), y prologara el segundo, Júbilos, editado en Murcia, en 1934, por la colección Sudeste, la misma donde Miguel Hernández publicó Perito en lunas.
Soy de quienes creen que las opciones sexuales y los chismes que de ellas se derivan forman parte sólo de la vida íntima y de las charlas de café. Sobre todo en casos como el que nos ocupan, donde el lirismo fino, el riguroso oficio y la sensibilidad trascienden cualquier condicionamiento otro. Es un placer compartir hoy con ustedes la poesía inmortal y sin etiquetas de Carmen Conde.
ADOLESCENTES
Sobre la eterna piedra del mundo tan compacto
la traza débil, fresca, de tu desnudo cuerpo.
Todo es muy duro y agrio, se rebela enemigo,
y te alzas tan joven y segura, tan tierna...
No es verdad que las flores luchen siempre calladas.
Ellas gritan su olor y se mueren temprano,
cuando tú, que eres más, sufres doble que ellas
y además mueres tarde, porque ya te marchitas.
OFRECIMIENTO
Acércate.
Junto a la noche te espero.
Nádame.
Fuentes profundas y frías
avivan mi corriente.
Mira qué puras son mis charcas.
¡Qué gozo el de mi yelo!
PRIMER AMOR
¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!
Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo
sin haberlo soñado, sin que nunca
un ligero esperar prometiera la dicha.
Esta dicha de fuego que vacía tu testa,
que te empuja de espaldas,
te derriba a un abismo
que no tiene medida ni fondo.
¡Abismo y solo abismo
de ti hasta la muerte!
¡Tus brazos!
Son tus brazos los mismos de otros días,
y tiemblan y se cierran en torno de su cuerpo.
Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido
de cosas que tú ignoras,
de mundos que lo mueven...
¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible
que un vaho lo pone turbio
y un beso lo traspasa!
¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto!
¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,
que toda cuanta eres cayeras como lumbre
en un grito sin cifra,
desde una cordillera gritada por la aurora?
¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura
que estrenas con la vida recién brotada al mundo?
¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo
para quemar el cielo subiéndole la tierra.
LLUVIA EN MAYO
¡Cuán hermosa tú, la desvelada!
Te lleva y te moldea dulce viento
encima de jardines y de estatuas.
Tu cuerpo es el de Venus en la orilla
eternamente mar dentro del alba.
Acude siempre a mí, séme propicia.
La fiesta de las hojas en sus ramas
te rinden los esbeltos soñadores
que en movibles racimos se levantan.
No tengo ni una flor... Sólo mi tronco
aloja por frutal una campana.
Lluvia que contemplo, melancólica:
no crezcas para mí. Vivo inundada.
ENCUENTRO
¡Gloria de tu hallazgo!
Bautismo inicial de la primavera
en oleaje de pájaros.
Se movieron las selvas inefables.
Se deshizo el otoño de sus plumas
cubriendo inviernos cándidos.
Venías tú, gentil criatura,
desnudando los ríos a tu paso.
FUGA EN LOS JARDINES
Las más jóvenes, deseándoos, avanzan
por estas avenidas de árboles fragantes.
Evaden primavera que a las flores oxida
con un ardor oliendo a frutas, a corceles. ..
¡Qué salvaje presencia la de las hembras púberes
entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!
Exigen que las amen, que las sigan corriendo
para volcarles júbilos sobre la orilla ebria.
¡Muchachas, corred más: corred hasta la aurora!
Estos grandes varones de los pechos revueltos
ansían desgranaros, ¡oh mazorcas crujientes!,
con su hambre de bocas y su hambre de frutos.
Hasta el río, que es tajo delimitando sueños,
huele a amor ya festines...
Han temblado los álamos al estallar unánimes
los oscuros latidos de dobles ruiseñores.
Los regazos del musgo, el frior de los juncos,
contemplando el encuentro aceleran su verde.
Es un cántico trémulo, en gargantas sorbido
por el amor abierto en mitad de la selva.
¡Corred siempre, muchachas, que el seguiros excita
el ardor de cogeros, suyas todas, a hombres
que de fieros esgrimen el ademán tan sólo!
Y envolveos en ropas de blanco lino puro
para mojar con ellas esos cuerpos calientes,
y amanecer ceñidas, ante el amor que vibra,
por el celo del agua posesor de las vírgenes.
LO INFINITO
Tú vives en el alba.
Los pájaros te aclaman.
De túnicas de aves te viste la alegría.
¡Qué aurora la que exaltas!
¡Qué noble luz la tuya!
Te escuchan las mañanas y las noches
porque eres como un cirio,
porque eres como un corzo.
Sentirte a ti que pasas
rozándome las rosas y los ayes...
Doler en tus rodillas, estrujada
por riscos y malezas.
Y que un céfiro de alondras venga dulce,
que tú llegues aventando mis heridas...
Ser mujer y tuya, ¡qué inefable
fundirse la conciencia entre tus brazos!