“¿‘Tons qué?”, me preguntó Amanda aquella tarde del domingo 17 de mayo de 2009 en la salita de su casa mientras nos tomábamos un glorioso gífiti, “¿vas a hacerme el prólogo del libro?” Me había mandado Desnuda y sin tregua unos meses antes. Seleccioné algunos de sus poemas para integrar varias muestras líricas de tono lésbico publicadas recientemente en revistas literarias y páginas de internet, pero el tiempo pareció ganarnos la partida durante un año en que la Historia trastocó toda noción.
Sin embargo, cuando volví a asomarme a las páginas de Desnuda y sin tregua, Amanda estaba ahí, entre un verso y el otro, al final de cada estrofa y al inicio de la siguiente. Entonces retomamos nuestro diálogo ininterrumpido en esta tierra sin tiempo que es la Poesía. Entonces, nos reencontramos ambas ante el desafiante juego de un futuro incierto ―“como todo futuro que se respete”, diría Laura Restrepo― o, más bien, tremendamente cierto y apremiante: un futuro que se sentaba con ella a descontar horas y sonrisas, a desechar promesas, a detallar instrucciones: “lo que quiero/ se haga con mis cenizas” o “el calor de tus dedos/ cerrando mis ojos” después de “este golpe/ seco y preciso/ que será mi muerte”.
Desnuda y sin tregua, Amanda le canta en estos poemas a la mujer, amante y patria. Tal vez sería más apropiado decir matria. En cualquier caso, una mujer sudor y palpitar como fue ella, “bestia en celo/ ansiosa y desatada”. Soledad y memoria se entretejen para reinventar esa mujer tantra, repetida en imágenes y deseos en los que, como versa Amanda, “lamo/ uno por uno los poros de tu espalda/ y el anverso/ estremecida”.
Estremecida, deambula la poeta entre “las complicaciones del amor” y “la sencillez del deseo”, esa materia siempre incomprendida, hecha de anhelos y añoranzas, de sentencias improrrogables, de tierna o cruel inmediatez. Un deseo primitivo, instintivo, de poseer, de eternizar, de encontrarse en otro cuerpo como un espejo complementario, como un fuego simple y al mismo tiempo huidizo, delirante. Y en él, ardiendo sin remedio, la piel, el cuerpo todo, el alma de la amada y la propia existencia, a la vez poética y humana.
Así nos cuenta los pormenores de un amor diferente y similar, con ancestral sabiduría y con ingenuidad y entusiasmo de púber. Con sed, con hambre, con ansiosa prisa y lentamente. Todos los amores en uno ―unido y único― como es el Amor que Amanda escribió con mayúscula en su piel, en el papel, en el aire de esos “locos pulmones” maltrechos. Son testigos estos versos de su búsqueda incansable del amor, de la entrega también incansable a esa pasión sin nombre o más bien, mejor dicho, con todos los nombres posibles.
La casa, la cama, el alma son una triada de consonancias y equilibrio que de un solo soplo puede venirse abajo. Buen pretexto, entonces, para volver a levantar, a edificar el mundo, misión que una vez y otra vez, con empeño de Sísifo, Amanda abrazó como a otra amante exigente y sublime. La vida es justamente eso: morir mil veces para existir en el otro, en la otra, en el cuerpo amado que nos espera y se entrega. Hija, madre, hermana, amante, compañera y también enemiga, miel y acíbar, río común y fuerza doble.
Hace unos días otra gran poeta, la cubana Elena Tamargo, me dijo que sólo hay un dolor comparable al dolor del cuerpo enfermo: dejar de sentir amor. Amanda concibió el amor como sanación para su cuerpo y lo disfrutó con la intensidad de quien tiene “la vida entera en un segundo”. Eso es Desnuda y sin tregua, un diario del amor hecho vida, de la vida vista a través del prisma amoroso.
Amanda querida, éste es el texto que me pediste para este libro que es, usando tus propias palabras, “mucho más que un simple acorde sostenido”. Y sé que no es tarde, que nunca lo será tratándose de ti, de mí, de las amigas que nos acompañan. Ya nos veremos, hermana; ya cantaremos desnudas y sin tregua otras miles de veces por la vida de las vidas que nos quedan.
Sin embargo, cuando volví a asomarme a las páginas de Desnuda y sin tregua, Amanda estaba ahí, entre un verso y el otro, al final de cada estrofa y al inicio de la siguiente. Entonces retomamos nuestro diálogo ininterrumpido en esta tierra sin tiempo que es la Poesía. Entonces, nos reencontramos ambas ante el desafiante juego de un futuro incierto ―“como todo futuro que se respete”, diría Laura Restrepo― o, más bien, tremendamente cierto y apremiante: un futuro que se sentaba con ella a descontar horas y sonrisas, a desechar promesas, a detallar instrucciones: “lo que quiero/ se haga con mis cenizas” o “el calor de tus dedos/ cerrando mis ojos” después de “este golpe/ seco y preciso/ que será mi muerte”.
Desnuda y sin tregua, Amanda le canta en estos poemas a la mujer, amante y patria. Tal vez sería más apropiado decir matria. En cualquier caso, una mujer sudor y palpitar como fue ella, “bestia en celo/ ansiosa y desatada”. Soledad y memoria se entretejen para reinventar esa mujer tantra, repetida en imágenes y deseos en los que, como versa Amanda, “lamo/ uno por uno los poros de tu espalda/ y el anverso/ estremecida”.
Estremecida, deambula la poeta entre “las complicaciones del amor” y “la sencillez del deseo”, esa materia siempre incomprendida, hecha de anhelos y añoranzas, de sentencias improrrogables, de tierna o cruel inmediatez. Un deseo primitivo, instintivo, de poseer, de eternizar, de encontrarse en otro cuerpo como un espejo complementario, como un fuego simple y al mismo tiempo huidizo, delirante. Y en él, ardiendo sin remedio, la piel, el cuerpo todo, el alma de la amada y la propia existencia, a la vez poética y humana.
Así nos cuenta los pormenores de un amor diferente y similar, con ancestral sabiduría y con ingenuidad y entusiasmo de púber. Con sed, con hambre, con ansiosa prisa y lentamente. Todos los amores en uno ―unido y único― como es el Amor que Amanda escribió con mayúscula en su piel, en el papel, en el aire de esos “locos pulmones” maltrechos. Son testigos estos versos de su búsqueda incansable del amor, de la entrega también incansable a esa pasión sin nombre o más bien, mejor dicho, con todos los nombres posibles.
La casa, la cama, el alma son una triada de consonancias y equilibrio que de un solo soplo puede venirse abajo. Buen pretexto, entonces, para volver a levantar, a edificar el mundo, misión que una vez y otra vez, con empeño de Sísifo, Amanda abrazó como a otra amante exigente y sublime. La vida es justamente eso: morir mil veces para existir en el otro, en la otra, en el cuerpo amado que nos espera y se entrega. Hija, madre, hermana, amante, compañera y también enemiga, miel y acíbar, río común y fuerza doble.
Hace unos días otra gran poeta, la cubana Elena Tamargo, me dijo que sólo hay un dolor comparable al dolor del cuerpo enfermo: dejar de sentir amor. Amanda concibió el amor como sanación para su cuerpo y lo disfrutó con la intensidad de quien tiene “la vida entera en un segundo”. Eso es Desnuda y sin tregua, un diario del amor hecho vida, de la vida vista a través del prisma amoroso.
Amanda querida, éste es el texto que me pediste para este libro que es, usando tus propias palabras, “mucho más que un simple acorde sostenido”. Y sé que no es tarde, que nunca lo será tratándose de ti, de mí, de las amigas que nos acompañan. Ya nos veremos, hermana; ya cantaremos desnudas y sin tregua otras miles de veces por la vida de las vidas que nos quedan.
9 comentarios:
Gracias por este texto prólogo al poemario de una poeta que no conocí, es tanta la distancia entre Paraguay y México y, sin embargo comparto con ustedes la belleza y la música de las palabras. Me emocionaron mucho las palabras que dicen que todo se puede desmoronar en un segundo y hay que volverlo a levantar. Tarea femenina por excelencia, rescatar, reconstruir, crear mundos concretos e imaginarios. gracias compañeras feministas. Lita.
excelente requiem por Amanda y su poetico modo de estar entre suspiro y asfixia.
gracias, odette, por mantener viva la memoria de esta mujeraza, madre de todas y de la hondisima Honduras...
Me has conmovido con este escrito/tributo. Mil gracias por enviar el link. Un abrazo,Luzma
Es un amoroso homenaje póstumo, Odette. Amorosa la imagen de Amanda a partir de tus palabras (yo no la traté, la he conocido más por ti)y amorosa tú, querida amiga.
Malena
He disfrutado mucho esta crónica, muy emotiva y sincera
¡Muy bueno, Odette, gracias!.Rox.
Qué hermoso comentario Odette, hermosísimo y original. Se nota que te sale del alma y Amanda, esté donde esté, te lo estará agradeciendo con su alma sensible.
Dina
No la conocí, pero leyéndote puedo imaginar la persona que era, y su mirada en la foto, con ese brillo de ser humano muy especial. Tienes razón, se encontrarán de nuevo y probablemente como lo que son y han sido en esta vida, poetas y amigas.
Saludos
La poesía siempre es un buen pretexto para amar.
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